Sus caricias

 

 

Basamos nuestros deseos en algo que nuestra mente dicta como un sueño a largo plazo. Generalmente desconocemos por qué deseamos esos objetos o situaciones pero a veces puede llegar a agobiarnos hasta el extremo llegar a conseguirlos. Desde luego no siempre todo lo deseado se cumple. Sin embargo por uno de los desconocidos designios de la vida uno de ellos se iba a cumplir sin yo ser en absoluto consciente de ello.

Surgió hace unos años cuando casualmente conocí a una preciosa chica. Se llamaba Valeria, pero yo la llamaba Vale. Era la conjunción de una mujer inteligente, con ideas claras, extrovertida, con carácter y que se cuidaba mucho. Pero si algo le confería algo especialmente excitante es que era…diez años más joven que yo. Para evitar suspicacias diré que era mayor de edad, no sea que se me acuse de actuar indebidamente con una menor. Vale no era una menor en ningún aspecto, y especialmente en su extrañamente madura mentalidad que le permitía moverse sin complejos ante las personas que por edad podrían en algún modo intimidarla.

A pesar de que se podrían calificar de dubitantes los primeros momentos con ella, creo que el que se sentía intimidado por su presencia era yo. Para ella en cambio yo le parecía un enorme reto: conquistar a un hombre experimentado en mil guerras y rendirlo a sus pies.

Su poderosa sonrisa y su inteligente mirada me cautivaron, además de su voz, algo ronca que le hacía más interesante si ello era posible. Entre susurros me confió que siempre deseó sentirse protegida por un hombre mayor y con experiencia pues odiaba practicar con chicos de su edad. Los percibía inexpertos y no satisfacían sus expectativas de lo que se suponía un hombre.

En la intimidad todo se volvía pasión y deseo. Bajo la única luz de la luna, mis manos trazaban sus juveniles curvas acariciando una suave piel que me recordaba tiempos pasados. Su flexible piel no tenía ningún pliegue y su plano abdomen era un campo de aterrizaje muy deseado para mis besos. Durante esas noches de pasión, ambos satisfacíamos nuestras necesidades. No niego que la combinación del halago que significaba que Vale me hiciese caso con la de sentirme más joven hiciesen un cóctel explosivo. Por su parte estar en manos de un hombre que tenía una ilimitada lista de recursos para hacerla sentirse mujer acompañado de una joven madurez sin duda le hacían sentirse realizada. Sus ojos chispeaban de deseo cuando miraba mi cuerpo envolviéndola como los pétalos de una flor a sus pistilos.

Con el tiempo la frecuencia de las relaciones fue disminuyendo pues algo basado únicamente en la pasión tiene siempre fecha de caducidad. Finalmente pero sin despedidas tristes dejamos de llamarnos y todavía es hoy que la recuerdo como algo imborrable que  me enseñó lo que puede llegar a ser el deseo.

Vale, llegada ya a los treinta está casada con hombre de su edad, y cuando nos cruzamos por la calle nos saludamos sonriendo, pero su mirada ya no emana chispas sino una serena calma de quien está enamorada y tiene todo lo que desea.

 

“Lo que a veces suponemos que son nuestros deseos, cuando se hacen realidad muchas veces no cumplen las expectativas y demuestran que lo más sencillo puede llegar a ser lo más valorado”.