Su vestido rojo

 

 

Conocí a Mariela en un tablado de Madrid. Su dueño, un obeso cincuentón con cadenas de oro y un fuerte acento sevillano, en un enorme alarde de originalidad, lo había llamado “Triana”. La verdad es que la primera vez que acudí fue por casualidad acompañando a mi amigo jienense Florentino, que echaba de menos su Andalucía y de vez en cuando para recargar las pilas acudía a un tablado. Mientras daba palmas me sonreía con cara de satisfacción. Mariela salía siempre a actuar los viernes y sábados a esto de las once de la noche. La primera vez que la vi, quedé fascinado por sus ojos color azabache y su melena morena. Tenía la costumbre de terminar sus actuaciones con un vestido rojo de lunares blancos que a mi me tenía fascinado pues poseía el rojo que activa el deseo estampado con puntitos blancos que le daban un aire puro andaluz de olor a azahar y a flores de naranjo.

Una noche armado de valor la esperé a la salida y el invité a una copa que ella educadamente rechazó. Pero yo me considero una persona insistente así que le envié unas flores: rosas rojas, como no podía ser de otra manera. El caso es que mi insistencia finalmente obtuvo su recompensa y accedió, con una blanca y enorme sonrisa a tomar un fino conmigo. Entablamos amistad y me contó algo de su vida que es la de miles de personas que abandonan su población natal para buscar fortuna en la ciudad. Sin embargo, en contra de las decisiones impulsivas de la mayoría de la gente, Mariela había emigrado a Madrid por causa de una vidente. Le había predicho que un hombre moreno, bajito, artista y apasionado iba a cautivar su corazón en el lejano Madrid. Ella que era muy creyente de las adivinas llevó su vida a la capital esperando que el hombre predestinado se cruzase en su camino. La verdad es que yo no creo en absoluto en ese tipo de personas y le intenté convencer que abriese su vida a cualquier instinto pues no me parece lógico buscar mecánicamente la felicidad basándose en los designios de un desconocido. Por mucho que le insistí en que el hombre de su vida podía ser bajo, alto, rico, pobre, rubio o moreno, ella insistía en sus vaticinios.

A partir de entonces, muchos sábados noche nos tomábamos unos finos juntos y ella me demostró que tenía un enorme corazón, una simpatía sin igual y unas tremendas ganas de vivir.

Un sábado a nuestra improvisada cita le llevé un recorte de periódico en el que se podía leer que la mujer, famosa bruja de un pueblo cordobés que en su día le había leído el futuro había sido detenida por fraude, y por intoxicación de varias personas al venderles medicamentos formulados por ella misma que al parecer contenían productos prohibidos para alimentación humana. Ella abrió sus enormes y bonitos ojos negros y con cara de decepción lloró en mi hombro pues había perdido el sentido de su estancia en Madrid.

En todo caso, y como no tenía otro trabajo siguió durante un tiempo trabajando en “Triana” hasta que un día me la encontré de la mano de un hombre elegante, rubio y alto que me presentó como su pareja. Era un abogado de Madrid, aficionado a los toros, el flamenco y de ascendencia gaditana. A los pocos meses se casaron y ella amablemente me invitó a su boda. Ahora vive en un buen barrio de Madrid y tiene dos preciosos hijos.

Respecto al recorte de periódico, tengo que admitir que era falso y que lo compuse yo mismo en mi oficina. Reconozco que en ese momento me comporté mal y que no debía de haberla engañado, pero tal y como ha finalizado su historia, cuando voy a comer con ella y su marido siempre brota en mi una leve sonrisa de la que solo yo conozco su razón. Ella ahora es feliz. Eso es lo que de verdad me importa.

 

“Si condicionamos nuestra vida a lo que los demás nos digan que debemos desear, es posible que pase junto a nosotros nuestra felicidad sin darnos ni siquiera cuenta”.