Un sueño en cuatro ruedas

 

 

Mi amigo Josh era un adolescente cuando la conoció. Vivían en diferentes pueblos separados por unos treinta kilómetros. En seguida se enamoró de ella. Y era lógico pues Ángela lo tenía todo para enamorar. Bella, inteligente, encantadora y con una voz suave y envolvente que convertía su presencia en una mullida butaca para los sentidos. Su continua y franca sonrisa además de su visión siempre optimista la hacían extremadamente atractiva. A veces coincidían en la ciudad. En esas ocasiones pasaban las tardes entre sonrisas, conversaciones y miradas furtivas. Con el tiempo para él no eran suficientes sus ocasionales encuentros a veces acompañados por amigos comunes. Por ello comenzó a ir a visitarla. Al ser menor de edad recorría en bicicleta los kilómetros que les separaban impulsado por esa fuerza que da el amor y tanto a la ida como a la vuelta superaba con un poderío digno de un ciclista profesional el pequeño puerto de montaña que se interponía entre su casa y el pueblo de su platónica amada. Cuando se encontraban, daban juntos un paseo en bicicleta, que para él era una y otra vez convertir sus sueños en realidad. Sentía como si fuesen dos águilas que volaban sobre las verdes praderías al pie de las altas montañas. Ya fuese invierno, verano, lloviese o hiciese sol, él tomaba la bicicleta y sin pensar en nada pedaleaba fuertemente con los ojos fijos en el horizonte para reencontrarse con su amor. Así pasó un año hasta que un día decidió declararse a su amada. Mirando sus profundos ojos y rodilla en tierra le dijo que la amaba y que desearía ser su hombre para el resto de su vida pues como ella no había conocido a nada en el mundo, y tampoco deseaba conocer. Ella con una enorme tranquilidad le dijo “eres un chico encantador y siempre seremos amigos” y dicho esto le dio un beso en la mejilla. Cual castillo de naipes agitado por un feroz viento su mundo se vino abajo. Sintió un enorme pinchazo en su pecho, recobró del suelo los pedazos de su corazón, los introdujo cuidadosamente en la cesta de su sencilla bicicleta y con un ritmo cansino se alejó del lugar que había pasado de ser su destino de necesaria peregrinación al lugar donde siempre que regresase su corazón sangraría como herido por un afilado cuchillo.

Y es el día de hoy que solo escuchar el nombre del pueblo de su primer amor, se le agolpan recuerdos, nostalgia y dolor. Por una desconocida razón no es capaz de recordar los buenos momentos que tuvo con ella pues a pesar de los años la herida que parece cerrada nuevamente se reabre un poco para dejar caer un par de gotas de juvenil sangre. Se maldice por ser tan blando pero quien nace así no es capaz de cambiar. Por merecida suerte, el mundo está lleno de medias naranjas y la encantadora mujer que ahora le acompaña y que conozco muy bien le ha demostrado que ese rechazo que en su momento tanto le dolió, fue el primer paso para ser verdaderamente feliz.

  

“Cuando nos hacemos un poco mayores pensamos que nunca repetiremos errores de la adolescencia pero el amor nos hace siempre actuar como unos inocentes incautos entregándolo todo a cambio a veces de nada. Solo depende de que la suerte decida hacernos encontrar a quien sepa valorarlo.”