La fuente

 

En un pequeño pueblo, existía la leyenda de que una fuente cumplía los deseo de quienes sumergían sus pies en sus cristalinas y frías aguas. Era conocido en ese pueblo un apuesto hombre que venía de la ciudad cada fin de semana a introducir sus pies durante unos minutos en el agua de la fuente. Todos suponían la razón de su visita pero nadie conocía su deseo, que él celosamente mantenía en secreto las pocas ocasiones en las que cruzaba alguna frase con los habitantes del lugar. Venía con su elegante traje, se descalzaba y durante un rato dejaba que la fresca agua jugase con sus a veces cansados pies.

El caso es que pasaron los meses y sus visitas dejaron de ser novedad en la pequeña localidad. Un domingo como cualquier otro el hombre  llegó al pueblo en un momento en que casualmente no había nadie paseando por la plaza donde estaba situada la sencilla fuente. Se descalzó, introdujo los pies en el agua y dejó vagar la vista. Después de unos largos minutos, bajó la vista al agua. Al principio le pareció simplemente un juego del agua, pero conforme fijaba más la vista le parecía que algo extraño sucedía. Sus pies parecían más pequeños y tenían una diferente forma: refinados, pálidos de piel y con dedos pequeños y muy equilibrados. Su corazón se comenzó a acelerar así que se remangó más la ropa. Lo que antes era un pantalón, ahora parecía ser como una larga falda. Dio un tirón a ésta hasta la rodilla y vio que sus piernas eran preciosas, algo más cortas y pálidas. Las acarició lentamente con las manos y percibió que su piel era suave como el terciopelo. Tomó aire profundamente, cerró los ojos y se giró hacia el agua para mirar su reflejo en las aguas de la fuente. Al abrir los ojos vio que reflejado sobre el agua de estaba el rostro de una bella mujer que le miraba con ojos de sorpresa. Su corazón se fue calmando, sonrío y entre sus ahora carnosos labios salió una suave voz que dijo “gracias”. Se bajó de la fuente y se dirigió a su coche lentamente

Mientras paseaba descalza dejando huellas mojadas de sus pies sobre los adoquines, se cruzó con dos lugareños que al pasar junto a ella se giraron para mirarla y admirar su altanera y fresca belleza.

Nunca más se ha vuelto a ver al apuesto hombre por el pueblo. Para todos es un recuerdo. Incluso para él mismo, mejor dicho…para ella.

 

“Todo el mundo tiene derecho a que se cumplan sus sueños por ilógicos o inverosímiles que puedan parecer a primera vista los demás. Solo hay que tener fe e intentar que se vuelvan realidad”.