Ella

 

Se desliza entre las sedosas sábanas y se levanta. Deposita sus delicados pies sobre el suelo de la alfombra y se dispone con decisión a comenzar un nuevo día. En la ducha lentamente entona su cuerpo y sus largos cabellos siempre con agua fresca y jabones de aromas florales. Cuida su piel con cremas para mantenerla suave y flexible a lo largo de los años, que en su caso afortunadamente todavía son pocos. Después se dirige a su armario y se cubre con un vestido de discretos estampados que se desliza por sus curvas hasta que sus hombros detienen su caída soportando los finos tirantes. En sus cuidados pies sitúa unas sandalias que elevan su grácil cuerpo unos estratégicos centímetros que la acercan más al cielo. Con su elegante y rítmico caminar se encamina al espejo para rematar su aspecto. Sus hábiles y experimentadas manos convierten sus mejillas en levemente sonrosadas, definen un fino contorno alrededor de sus ojos y vuelven rojizos y brillantes sus jugosos labios.

Toma su pequeño bolso y se dirige a la puerta mientras sonriendo ve que su hombre todavía yace en la cama sumido en un profundo sueño.

Sabe que nada de lo que ha hecho es necesario para cautivarle, porque está convencida que él se dejaría matar por solo verla un segundo nada más despertar. También conoce la existencia otros seres en este mundo, pero ninguno es más bello que ella. Ninguno se denomina “mujer”.

 

Lo más importante en una persona es gustarse y saber quererse para a sí misma para de este modo poder enfrentarse a la vida con decisión.