El hada

  

 

En la cuidad de altos rascacielos vivía una bella joven llamada Daniela. Su vida era corriente, como la de la mayoría de las personas: trabajaba, vivía en un piso hipotecado y le gustaba divertirse y la naturaleza. No tenía pareja pues consideraba que solo debía esperar al príncipe azul y hasta ese momento, al parecer no se había presentado. Un fin de semana tomó su coche y se dirigió al campo a disfrutar de un paseo. Estacionó su vehículo cuando dejó de ver casas y se adentró en una pradera. Estaba llena de flores en plena primavera, desprendiendo un aroma suave y fresco. El día era soleado y para evitar la implacable radiación del astro rey se ocultó en una zona arbolada donde disfrutar de su mayor afición: la lectura. Se sentó sobre un tronco de un árbol caído y bajo la suave brisa y los rayos de sol que parecían juguetear con las inquietas hojas colgantes de las ramas, comenzó a leer un libro titulado “El hada”. Dejándose envolver por los textos y la historia que evocaba paisajes exóticos y lejanos perdió la noción del tiempo. Tras un periodo de minutos que no podría cuantificar, un ruido la sobresaltó. Entre los helechos se percibía el movimiento de un ser vivo, pero no lo alcanzaba a ver. Giró la mirada hacia los lados un poco asustada hasta que en uno de los giros descubrió que sentada a su lado había una joven pálida, con gesto afable que la miraba a la cara y de reojo a su libro. Del susto que se llevó, se le cayó el libro al suelo a lo que su acompañante se agachó y sonriendo se lo devolvió. Daniela sorprendida le preguntó ¿quién eres?, a lo que la mujer respondió “soy un hada y me dedico a dar a todo el mundo que me encuentro lo que de verdad desea”. La joven en ese momento pensó en todo lo que desearía tener y rápidamente comenzó a decir “quiero dinero, éxito,…” pero antes de que terminase la frase el hada le interrumpió moviendo una varita que hasta entonces Daniela no había visto. Instantáneamente comenzó a hacer soplar un frío helado que se colaba entre los huesos. Daniela rápidamente le dijo “por favor, haz que vuelva el calor” a lo que el hada moviendo la varita hizo que la calidez de esa tarde regresara. En pocos segundos, comenzó a envolverlas un hedor insoportable, a lo que la joven volvió a pedir “por favor, hada, que vuelva el aroma de flores y helechos que antes nos rodeaba”. El hada agitó la varita y el hedor desapareció. Al instante dejando vagar al vista hacia un pequeño charco que tenían delante, Daniela se asustó de ver que su rostro se había desfigurado extrañamente. Horrorizada se giró y pidió al hada que le devolviese su aspecto anterior. En un segundo volvió a recuperarlo. Cuando se había tranquilizado un poco, notó que no podía mover nada de su cuerpo salvo su boca. Acongojada le pidió recuperar la movilidad a lo que el hada accedió con una sonrisa.

De pronto los ojos de Daniela se comenzaron a nublar y en pocos segundos su vista quedó completamente negra. Un escalofrío le subió por la espalda y suplicó “por favor hada, que me he quedado ciega, te ruego que no me dejes así”. Al instante recuperó la vista pero al girarse ya no vio al hada por ninguna parte. Recuperada de la impresión, recogió su libro y paseando se fue hasta su coche para regresar a casa. Disfrutaba del calor, del floral aroma, de saberse bella, de poder pasear y de tener vista para disfrutar la maravillosa naturaleza que la rodeaba. Nunca volvió a ver al hada y siempre se preguntó si la había visto realmente o si se habría dormido leyendo y el hada era solo fruto de su imaginación, pero desde ese día aprendió a valorar el infinito regalo que es estar vivo.